Anoche soñé con mis padres. Estaban junto a una vía de tren
en medio de la nada, quizá una paramera cuya monotonía sólo se quebraba con la
cremallera de aquellos raíles oxidados. No sé si llegué a mirar hacia lo alto,
pero el cielo se me antoja empapado de nubes grises y gruesas como sólo pueden
verse en los sueños profundos.
Ambos estaban junto a las vías, y yo junto a ellos,
sentado en el suelo… quizá desde esa perspectiva original de los tiempos de niñez
en que por mi edad sólo podía mirarlos de abajo a arriba. No hubo diálogo
alguno inteligible, como nunca lo hay con ellos mal que me pese reconocerlo.
Pero acaso mis sueños hablan el lenguaje de los animales, diciéndolo todo y más,
sin necesidad de articular palabra.
Y sin diálogo, puede entender que mi padre estaba ya listo
para partir junto a mi madre. Creo que a ratos yo sí que pude balbucear algo,
tan solo para sollozar, desde el niño que fui, la no aceptación de su marcha.
Me quejaba como el hijo que no acepta que no le compren un dulce en la pastelería
de al lado.

La vida no da segundas oportunidades de tal calibre. Y a menudo pienso que, aunque nos las diera, de nuevo sumidos en este sueño que se llama realidad, quizá volveríamos a descuidarla, como se suelen descuidar las cosas que más amamos.
El hecho es que siento que con el sueño de ayer, mi última
vinculación con esa energía que me dio la luz y me alimentó de caricias y
delicias en la mesa, ha llegado a su fin. Mis padres se han ido al fin, como se
fueron sus padres, y sus abuelos antes que ellos. Nosotros nos iremos, y las
siguientes generaciones también lo harán. Y este paso y medio por la tierra que
cruje a nuestros pies, no habrá sido más que esa leve oportunidad que el
universo nos regaló para decir lo que vinimos a decir, que quizá no sea mucho,
pero lo es todo.
Creo que vinimos aquí para ser la máxima expresión de lo que
cada uno es, de lo que cada uno fue y casi nunca recuerda. Vinimos en realidad para
nada, y con la liviandad que da esa libertad vital, vinimos para decir y hacer
lo que realmente somos. No para arrastrar el alquitrán que se nos pega cuando
nos estampan el sello genealógico o el nacional. Sino para aprender lo antes
posible a desguazar las alas encofradas y volar. Volar alto o a ras de las
olas, pero volar, volar y no regresar jamás a los miedos ancestrales, salvo
para perdonarlos y hacerles la reverencia que se le hace a un antiguo maestro
cuando le saludas por la calle tras reconocerlo en la distancia.
El sueño de ayer me dejó un regusto a incógnita y ansiedad,
como todos los sueños que nacen del sótano más privado del ser. Pero pase lo
que pase, no consigo ni quiero encontrar las palabras exactas para expresaros,
mamá, papá, lo mucho que os amaré siempre, y lo feliz y afortunado que me siento,
precisamente desde estos días inciertos que fluyen calendario arriba, de
haberos tenido como compañeros de viaje.
Precisamente desde estos días de soledad e incertidumbre, mi amor y mi nostalgia por vuestro calor incondicional se multiplican por un número aún no descubierto.
Los años pasan, y no es lo mismo haberos perdido hace un año
que hace diez, o veinte. Tengo la terrible sensación de que todo y todos han
cambiado, pero yo sigo siendo el mismo. Exactamente el mismo. Siento que todo
envejece, empezando por mi cuerpo. Pero yo sigo siendo el mismo. Si estuvierais
aquí ahora mismo, sé que os hablaría como lo hice hace dos décadas, igual que
hace cuarenta años, cuando aún creía que la vida era eso donde todo lo bueno
estaba aún por llegar.
Si estuvieras aquí mamá, sé exactamente cómo me cogerías de
la mano, y cómo me abrazarías el alma con esa sonrisa tuya que no he vuelto a
ver jamás en ningún ser de esta tierra. Y tú papá, sé perfectamente como te
esforzarías en decirme alguna palabra reconfortante, de esas que atravesaban
grandes distancias cuando venían directamente de tu corazón.
Esta casa está llena de recuerdos, de libros y figuras de
tiempos pasados con vosotros. Y al igual que aquellos tiempos en que estaba
deseando volar, para empezar a ser yo mismo con total libertad, ahora estoy deseando
salir de aquí, pero quizá por motivos muy distintos. Ya no queda aquí nada
nuestro. Sé que habéis dormido junto a mi infinidad de noches, como lo habéis hecho
con mis hermanos. Pero seguramente, el hecho de que os tengáis que ir ya, y así
me lo habéis hecho saber en el sueño de anoche, es algo que vosotros, desde donde
estáis, comprendéis mucho mejor que yo en este plano lleno de ruido y confusión.