Hace algunos años, mientras salíamos de marcha con los
amigos, nos preguntábamos si realmente valía la pena perder un solo minuto
pensando en la increíble chica que cada uno de nosotros iba a conocer esa
noche, cuando todas esas noches volvíamos atravesando el parque con aquel
anhelo ya apagado y algo de alcohol en sangre. La historia se repetía cada fin
de semana, y nunca dejábamos de imaginar esos ojos, esas curvas, ni esa risa
tan femenina… justo antes de salir de casa.
Seguramente esa no era la única referencia a la hora de
salir a dar sentido a nuestra juventud en las entrañas de la noche madrileña,
pero me parece un ejemplo muy significativo, al menos en mi caso personal. Es
significativo por lo simple. Pero hay muchos más que nos acompañan a lo largo
de la vida, para que el combustible no se agote.
Mires donde mires, verás a una persona joven que despierta
cada mañana para trabajar, estudiar y vivir un día más con la mirada puesta de
reojo en referencias tales, como un buen trabajo, una casa, un coche... y,
quizá debiera haberlo puesto en primer lugar, una pareja con quien compartir
todo lo conseguido y por conseguir.
Es evidente que si no hubiera nada tras el telón de nuestro
devenir, poca gente tomaría la decisión de poner un pie delante del otro. Y
aunque hay quien preconiza que el auténtico protagonismo de la vida está en el
camino, y no en los objetivos, jamás hubo camino que no comenzase con un
letrero señalando hacia un deseo concreto.
La mente humana necesita pues, una referencia, un objetivo
para cada camino que decidimos emprender. Y es cierto que muchas veces, una vez
en la meta, observamos con asombro lo insignificante de este punto en relación
al interesante periplo dejado atrás.
Pero voy al caso contrario. Ese en el que aquella referencia
se difumina, e incluso acaba por desaparecer. Si no hay meta, no hay camino que
lleve a ella, o en el mejor de los casos, la senda será trazada sin brújula y
sin mapa, porque no se sabe bien hacia dónde queremos que se dirija.
Cuando algo nos falta, precisamente tal cosa se convierte en
referencia a la que mirar de frente para conseguirla. Así pues, parece que de
pequeños objetivos andamos sobrados. Sin embargo, lo que nos hace movernos con
ganas, lo que nos hace seguir aún con el depósito en la reserva, es el Gran
Objetivo. Ese que cada uno tiene desde que empezó a hacer uso de la razón.
En mi caso siempre fue tener novia, alguien a quien darme y
de quien recibir todo lo que un hombre pueda desear como tal. Pero a menudo
sale a la luz esa otra meta que a ratos es un referente y a ratos es una
brújula girando frenéticamente sobre su eje: mi carrera.
Cuando mi profesión, en la que sigo creyendo estar inmerso
desde hace catorce años, deja de ser referente, surge la incertidumbre, surge
la nada. Y despertar cada día sin el punto de apoyo de una ilusión que tarde o
temprano llegará a ser realidad, es caminar sin saber hacia dónde y sin saber
siquiera por qué estás caminando. La vida es esto seguramente; hacer la huelga
a la japonesa. Seguir, y perseguir metas socialmente impuestas, crearte
verdaderas ilusiones de la nada, de un caldo de cultivo ajeno, ajeno al germen
adolescente que una mañana te impulsó a querer llegar a lo más alto, según esa
forma de ver la vida que más te movía a seguir y a soñar cada noche, y
sobretodo a levantarte de un salto lleno de ganas cada una de esas mañanas.