domingo, 5 de junio de 2016

Isla

Isla (Etxe Berri, 2000)


Puede que pase otro

Decenas de manos se esfuerzan por detener mi cuerpo desnudo, se afanan en impedir mi humilde movimiento hacia el futuro. Los trenes van todos llenos, y si un día intentas subir a uno de ellos, las sombras que en él viajan te lo impiden a patadas. Esas sombras son las de mis hermanos pero ellos no lo saben. Mis hermanos me aman, pero sus sombras no; sus sombras me odian. Por eso, y aunque lo ignoro, seguro que mi sombra también odia a mis hermanos. Todas nuestras sombras son muy fuertes, y a veces te consiguen parar hasta tal punto que no consigues reaccionar, y te sientas.
Pasan días, meses e incluso años antes de que te des cuenta que una noche de un negro otoño, cientos de manos de cientos de sombras te sentaron en donde ahora estás, donde nunca quisiste estar. y una mañana, la luz se filtra en tu vida y al asomarte a la ventana enrejada, observas un tren que pasa en ese momento frente a ti. Muchos sacan la mano por la ventanilla riéndose, a la par que te señalan con el dedo. Otros te regalan miradas de compasión, según se alejan entre el vapor del ferrocarril eterno.
Tu celda sigue abierta, como cuando entraste, pero no sales todavía. No te lo ha dicho nadie, pero sabes que mañana, a esta misma hora volverá a pasar otra locomotora; como su nombre indica, llena de locos. 
Afuera hace mucho frío y prefieres no salir de tu polvorienta mazmorra, hasta justo unos segundos antes del tren de mañana. Quizá lo pierdas, pero te da igual. lo mismo es ocho años que ochenta, o al menos tú lo crees así.
La celda es eterna, y las vías del tren también. Tu vida no. Si lo piensas, nuevas sombras te recibirán a patadas, y será muy difícil subirse; además, has perdido agilidad desde que te convertiste en vegetal. Te apartas de la ventana y vuelves a sentarte, y nadie te lo impide. Es entonces cuando captas un olor que en tu período de letargo no apreciaste. Huele a podrido; mejor dicho... TÚ hueles a podrido. Te estás degenerando, corrompido por el tiempo.
Ahora sientes un odio intenso, y no sabes si es hacia las sombras de tus hermanos o hacia ellos, hacia tu sombra o hacia ti mismo, hacia el tiempo o tu falta del mismo.
Una polilla se cuela entre las rejas y comienza a danzar delante de ti. Significa algo, pero no imaginas qué. Se posa en el alféizar batiendo sus alas con fuerza mientras te mira con sus ojos de alfiler, pero ya no necesitas trenes, ni luz, ni mariposas...
Son las tantas de la mañana y oyes un traqueteo en la lejanía. Suena a amenaza, suena a tren de esclavos. Recuerdas que ayer querías cogerlo, pero a cada instante, una ola de pavor te pega con más y más fuerza a la silla.
¡Qué angustia!, a ver si pasa ya de una vez ese maldito tren hacia el futuro. Pero... ¡pero si es tu esperanza! ¡si no deseas otra cosa más que cogerlo! ¿porqué lo rechazas?
Se acerca, cada vez lo oyes más. Ahora suena mejor. Te levantas ilusionado de un brinco, pero... ¡oh no! otra vez suena amenazante. Regresas a tu viejo puesto, te tapas los oídos, y te tiras al suelo mientras piensas entre lágrimas: algún día puede que pase otro.
(Madrid, un día de 1998)