domingo, 19 de noviembre de 2017

SIMS

Anna llega a casa tras un día duro, suelta el bolso, se quita los zapatos y el abrigo, y pone a calentar agua para entonarse con su infusión preferida. Han sido muchas las sensaciones a lo largo del día, no todas estimulantes la verdad, así que sin más preámbulo se sienta con su taza humeante frente al ordenador y comienza a jugar a los SIMS.
En el juego, que no tocaba por falta de tiempo desde la semana pasada, el personaje femenino llamado Anna llega a casa tras una dura jornada, deja el bolso en la entrada, se quita los zapatos y cuelga el abrigo en el perchero. El indicador de moral y el de sed están en un punto crítico, así que Anna mueve a su personaje hasta la cocina para preparar un té, y acto seguido lo dirige hacia la mesa con ordenador y clica en la silla para que se siente a jugar a su juego favorito.

Así sucede en la vida de las personas. Cada uno de nosotros juega un papel al que hemos puesto innumerables nombres, tales como vida, personalidad, destino, realidad… pero como bien es sabido jugamos ese rol identificándonos con el personaje que nos ha tocado vivir. En el caso de Anna, tanto su personaje dentro del juego como ella misma, creen haber regresado de un día duro fuera de casa, y ambas creen tener sed y necesitar relajarse un rato jugando en la computadora.
Lo que no sabe Anna es que es un personaje creado. Tampoco sabe que su sed y su ansiedad no son realmente suyas. Ella simplemente hace lo que cree, en función de los dictados de su pensamiento y del resto de su organismo. Pero es Anna la que dirige los pasos de su pequeña Anna, en función de las necesidades que le va dictando el juego.
Esto hacemos todos, hasta el día en que alguien comienza a sospechar de la veracidad de su  propia identidad. Ese día será el primero de una larga lista de días y noches que irán coloreando sus sospechas hasta convertirlas en certeza.
Es la certeza de que tú no eres tú, sino un personaje cuyo origen se remonta a algún momento antes de tu nacimiento, cuando las mentes de tus padres y familiares comenzaron a imaginar para ti un nombre, un aspecto y a veces toda una vida.
Pero imaginemos que Anna, antes de introducir la llave en la cerradura para entrar en casa ya es consciente de que ella no es realmente ella. Y sabe de buena tinta que ella no es realmente de ese país donde nació, ni si quiera se llama Anna. Si ella no se identifica con ese cuerpo en el que pudo incorporarse a este mundo, seguramente su forma de actuar y de tomar decisiones dentro y fuera de casa será una totalmente distinta a la que estamos acostumbrados a percibir.

La vida pues sería como una partida de SIMS, una especie de simulacro. Anna no es sólo el muñeco que duerme, trabaja, come, disfruta, se relaciona, sufre, se relaja, etc… sino que también es todo lo que le rodea, es alguien que desde fuera de la plataforma tiene conciencia de las circunstancias que afectan a todo su entorno y al resto de seres que con ella conviven, si bien únicamente puede manejar de forma física a ese muñeco cuyo nombre representa. La Anna real es consciente de que su ámbito de acción no sólo se reduce a los límites físicos de cuerpo y mente de aquel personaje que le ha tocado representar.
Así pues, cuando Anna se enfada con un familiar, un amigo, un compañero de trabajo, siempre recuerda que esa sensación de frustración en realidad no le está sucediendo a ella, sino a través de ella. Al igual que toda su existencia.
Se trata simplemente de poder ver la vida desde los ojos del maestro que observa mientras te entusiasmas o te entristeces, y que también eres tú, con el sano objeto de tomar decisiones sin el ruido de las emociones que viven en tu mente bajo la dictadura del ego. Se trata al fin y al cabo de vivir con la serenidad que produce saber que todo está donde tiene que estar. Que esto que llamamos vivir es un ejercicio de malabarismo, un equilibrio inestable, una máquina térmica a la que hay que alimentar constantemente de un combustible hecho con sueños, cenas románticas y paisajes para la memoria… pero cuya tarea hay que realizar desde el maestro observador que podemos ser, nunca desde el ego que tan a menudo somos.


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