domingo, 12 de abril de 2020

ALLES WALZER!

Corría el decimoprimer día del mes de diciembre de 1877 en la gélida ciudad de Viena…

- Mira querida, en el Wiener Zeitung afirman las autoridades que el Káiser también va a asistir a la inauguración del baile, no sé si estaremos a la altura un evento tan solemne como este.
- No te preocupes Klaus, además nunca se sabe. Podremos hablar con la flor y nata de este lado del Danubio. Y ya lo estoy viendo… serás de los más guapos; diría que el bigote imperial te queda mejor que al mismísimo archiduque.
- ¡Pero qué imaginación tienes Sofía, por todos los santos! Entre esa multitud seguro que pasamos totalmente desapercibidos durante toda la noche. Al menos espero que nuestro pequeño Federico disfrute de la velada con el resto de infantes allí presentes.

La entrada del Operntheater se fue llenando de fracs, uniformes de gala y pomposos vestidos desde primera hora de la tarde, más si cabe cuando arreció la nevada que ya de por sí dificultaba el tránsito de los lujosos carruajes. A pesar de la impecable organización y el acceso ordenado, nunca se había visto tanta aristocracia junta entre aquellas columnas.
No fue fácil para nuestra joven pareja mantener tranquilo a su travieso Federico, fascinado bajo ese mundo de color, anfiteatros engalanados, centros florales imposibles, aromas a mil perfumes y afeites, pero sobre todo ante aquellas enormes lámparas cargadas con cientos de velas ardientes, y otros tantos cristales de infinitos reflejos.

Todo comenzó con normalidad, dentro de la excitación general. Durante la cena, Sofía no podía dejar de hacer mención de cada detalle al bueno de su esposo; que si el tocado de la duquesa de Estiria, que si el vestido de la condesa de Carintia, que si la extrema delgadez de la emperatriz Elisabeth…

La temperatura llegó casi a su punto más álgido cuando las ciento cincuenta parejas de debutantes comenzaron a entrelazarse en una coreografía sin precedentes. Los rápidos movimientos, durante meses ensayados, provocaron incluso algún mareo en la concurrencia, aunque, todo sea dicho, quizá agudizado por los ríos de proseco de la región que habían regado la opípara cena.


Pero llegó el momento más esperado. El maestro de ceremonias dijo las palabras mágicas:
- ¡Alles Walzer!-
Y con ello nuestros amigos, se lanzaron a la pista a bailar la famosa polonesa con tanto entusiasmo, que se olvidaron al pequeño Federico en la mesa, dando por sentado que se comportaría con la formalidad que se espera de un auténtico Gruber como su padre.
Pero la historia se escribe con detalles, y el destino de nuestro menudo muchacho no pasaba aquella noche por observar el mundo desde una butaca color burdeos.

Quiso esperar unos minutos por aquello de no ganarse una buena reprimenda, pero le pudo pronto el ansia de aventuras. Al poco tiempo no supo ya a qué altura estaba del teatro, ni dónde había quedado la mesa, y mucho menos por dónde debían estar sus progenitores, así que, entre el miedo a no saber regresar y las ganas de encontrar algún amigo para jugar, siguió adentrándose en aquel mar de mostachos y moños danzantes.

- Hola, ¿te has perdido? Le dijo una voz de niño, unos pasos más adelante, a su derecha.
Era seguramente de su edad, año arriba o año abajo. Pero su uniforme nada tenía que ver con el de marinero de agua dulce que le habían obligado a él a llevar esa noche. Más bien era como un pequeño militar o un príncipe en miniatura, con una extraña banda rojiblanca cruzada desde el hombro derecho.
- ¡Hola! No… bueno, un poco. Mis padres están bailando. No sé si aún saben que me he perdido. ¿Cómo te llamas?
- Me llamo Franz… aunque cuando se enfada mi institutriz me llama por mi nombre completo. Me grita ¡Franz Ferdinand, como no vengas ahora mismo, le digo a tu padre lo que has hecho! Y ya sabes lo que eso significa… ¿Y tú…, cómo te llamas?
- Yo soy Federico, sólo Federico. Mi mamá cuando se enfada también me grita, pero sólo ¡Federico, que se lo digo a tu padre!

Así estuvieron un rato, hablando y jugando, hasta que en un momento dado, cuando jugaban a los soldados y a dispararse entre los bailarines con la punta del dedo índice, Franz se quedó quieto, pensativo… y se sentó en el escalón que separaba la pista de las mesas, con la mirada perdida en el más allá.
- ¿Qué te pasa Franz? Le preguntó preocupado Federico.
- Nada… es que cuando me disparabas, de pronto me he acordado de la pesadilla que tuve anoche.
- Vaya. Pero… ¿por qué? ¿Estabas en la guerra?
- No… no exactamente. Iba en un carro muy largo como de metal, pero que se movía sin caballos, y llevaba un traje muy parecido a este. Yo saludaba a la gente alrededor, con una mujer muy simpática a mi lado… luego sólo recuerdo un sonido muy fuerte, y me desperté muy asustado, con mucho dolor en esta parte de cuello.
- Pues ahí no tienes nada. No te preocupes, yo también tengo pesadillas a veces.
- Mmmm… ¡vale! ¡Venga, vamos a seguir jugando Federico!
- Me gustaría, pero debo regresar. Mi mamá seguro que ya me está buscando hace rato. Me he divertido mucho Franz… Ferdinand.
- ¡Vale!, a lo mejor volvemos a vernos algún día, o quizá vuelves a saber de mi. Mi tío es muy famoso, es el emperador de Austria ¿sabes?. ¡Adiós Fede!
- ¡Adiós!

Han pasado treinta y seis años, y Federico Gruber es ahora redactor jefe de noticias internacionales en el diario Wiener Zeitung. Algo raro se viene respirando en la redacción toda la mañana, como siempre que hay una noticia bomba.

Es casi mediodía, y está a punto de bajarse a almorzar, pero prefiere abrir el telegrama urgente que acaba de llegar de su corresponsal en Bosnia y Herzegovina, por si fuera algo realmente importante. 

Le basta un rápido vistazo, y el recuerdo más demoledor de su infancia, ese que le acompañará ya de por vida, le recorre la columna como un escalofrío infinito…


Acaba de dar comienzo la primera gran guerra mundial.




(1. Historia sobre un baile multitudinario, perteneciente al Reto Literario 2020 - #52RetosLiterup)

domingo, 2 de febrero de 2020

Despedirnos...


Anoche soñé con mis padres. Estaban junto a una vía de tren en medio de la nada, quizá una paramera cuya monotonía sólo se quebraba con la cremallera de aquellos raíles oxidados. No sé si llegué a mirar hacia lo alto, pero el cielo se me antoja empapado de nubes grises y gruesas como sólo pueden verse en los sueños profundos.

Ambos estaban junto a las vías, y yo junto a ellos, sentado en el suelo… quizá desde esa perspectiva original de los tiempos de niñez en que por mi edad sólo podía mirarlos de abajo a arriba. No hubo diálogo alguno inteligible, como nunca lo hay con ellos mal que me pese reconocerlo. Pero acaso mis sueños hablan el lenguaje de los animales, diciéndolo todo y más, sin necesidad de articular palabra.
Y sin diálogo, puede entender que mi padre estaba ya listo para partir junto a mi madre. Creo que a ratos yo sí que pude balbucear algo, tan solo para sollozar, desde el niño que fui, la no aceptación de su marcha. Me quejaba como el hijo que no acepta que no le compren un dulce en la pastelería de al lado.
No entiendo los sueños. Más bien mi ego, que cree llevar el timón en este plano, no entiende bien los sueños. Mi padre se fue ya hace más de dos años, y mi madre hace más de diez. Y sin embargo en el sueño parecía como si la ausencia de mi madre y su morada actual estuvieran ya bien aceptadas y encajadas. No así la de mi padre. Con el agravante de que, aún no sé hacia qué lado de la consciencia, siempre creí amar más a mi madre que a mi padre. Incluso no olvido aquellos días infantiles en que tan a menudo le decía a mi madre: - ¡le odio! - . Luego pasaron los años, y las décadas, y conscientemente siento un amor inmenso por ambos. Siento que por la edad y la desorientación de mi padre, le pudimos prestar la atención que nunca le llegamos a prestar a mi madre, con el intenso dolor que tuvo que sufrir, por dentro y por fuera de su alma.
La vida no da segundas oportunidades de tal calibre. Y a menudo pienso que, aunque nos las diera, de nuevo sumidos en este sueño que se llama realidad, quizá volveríamos a descuidarla, como se suelen descuidar las cosas que más amamos.
El hecho es que siento que con el sueño de ayer, mi última vinculación con esa energía que me dio la luz y me alimentó de caricias y delicias en la mesa, ha llegado a su fin. Mis padres se han ido al fin, como se fueron sus padres, y sus abuelos antes que ellos. Nosotros nos iremos, y las siguientes generaciones también lo harán. Y este paso y medio por la tierra que cruje a nuestros pies, no habrá sido más que esa leve oportunidad que el universo nos regaló para decir lo que vinimos a decir, que quizá no sea mucho, pero lo es todo.
Creo que vinimos aquí para ser la máxima expresión de lo que cada uno es, de lo que cada uno fue y casi nunca recuerda. Vinimos en realidad para nada, y con la liviandad que da esa libertad vital, vinimos para decir y hacer lo que realmente somos. No para arrastrar el alquitrán que se nos pega cuando nos estampan el sello genealógico o el nacional. Sino para aprender lo antes posible a desguazar las alas encofradas y volar. Volar alto o a ras de las olas, pero volar, volar y no regresar jamás a los miedos ancestrales, salvo para perdonarlos y hacerles la reverencia que se le hace a un antiguo maestro cuando le saludas por la calle tras reconocerlo en la distancia.
El sueño de ayer me dejó un regusto a incógnita y ansiedad, como todos los sueños que nacen del sótano más privado del ser. Pero pase lo que pase, no consigo ni quiero encontrar las palabras exactas para expresaros, mamá, papá, lo mucho que os amaré siempre, y lo feliz y afortunado que me siento, precisamente desde estos días inciertos que fluyen calendario arriba, de haberos tenido como compañeros de viaje.

Precisamente desde estos días de soledad e incertidumbre, mi amor y mi nostalgia por vuestro calor incondicional se multiplican por un número aún no descubierto.

Los años pasan, y no es lo mismo haberos perdido hace un año que hace diez, o veinte. Tengo la terrible sensación de que todo y todos han cambiado, pero yo sigo siendo el mismo. Exactamente el mismo. Siento que todo envejece, empezando por mi cuerpo. Pero yo sigo siendo el mismo. Si estuvierais aquí ahora mismo, sé que os hablaría como lo hice hace dos décadas, igual que hace cuarenta años, cuando aún creía que la vida era eso donde todo lo bueno estaba aún por llegar.
Si estuvieras aquí mamá, sé exactamente cómo me cogerías de la mano, y cómo me abrazarías el alma con esa sonrisa tuya que no he vuelto a ver jamás en ningún ser de esta tierra. Y tú papá, sé perfectamente como te esforzarías en decirme alguna palabra reconfortante, de esas que atravesaban grandes distancias cuando venían directamente de tu corazón.
Esta casa está llena de recuerdos, de libros y figuras de tiempos pasados con vosotros. Y al igual que aquellos tiempos en que estaba deseando volar, para empezar a ser yo mismo con total libertad, ahora estoy deseando salir de aquí, pero quizá por motivos muy distintos. Ya no queda aquí nada nuestro. Sé que habéis dormido junto a mi infinidad de noches, como lo habéis hecho con mis hermanos. Pero seguramente, el hecho de que os tengáis que ir ya, y así me lo habéis hecho saber en el sueño de anoche, es algo que vosotros, desde donde estáis, comprendéis mucho mejor que yo en este plano lleno de ruido y confusión.

martes, 5 de junio de 2018

Misma Cocina

Esta mañana, según ocupaba el lavaplatos en la cocina que me vio crecer a golpe de galletas con Nesquik, sonaba en mi transistor 3.0, es decir a través de Spotify en mi altavoz bluetooth conectado a la tablet, algunos temas de rock español que también me vieron crecer a golpe de conciertos, greñas y minis de birra autóctona.

Y cuan caprichoso es el bazo y sus emociones, que casi se me han escapado algunas lágrimas al absorber de nuevo aquellas melodías que marcaron mi carrera mucho más que muchas tediosas asignaturas. Y me he puesto a cantar y casi a hacer malabares con los platos que el lavavajillas iba engullendo atónito ante mi giro brusco de humor.

Y me he acordado repentinamente de mi madre, a la cual en tantas ocasiones escuché entonar su mediterráneo, o su salve rociera, o su maría de la O, y sin embargo te quiero… precisamente en la misma cocina, frente a la misma ventana que da al patio, quizá con los abuelos de los dos geranios que aún nos quedan.



La música cambia, los electrodomésticos se estropean y hay que cambiarlos, y las personas se van yendo… pero el sentimiento permanece en el aire como aquel aroma a bizcocho de yogur de mi madre que impregnaba toda la casa durante varios días...

Estoy seguro de que ella también se desperezó con música de su rutina letal en incontables ocasiones, como lo he hecho yo esta mañana. La melodía ocupa la estancia, se mete hasta el alma como un virus analgésico, y el duende empieza a vibrar y vociferar desde su mazmorra.

Entonces un rayo atraviesa el tupido techo de nubes, pasa a través de los geranios en flor, cruza el cristal, e ilumina el rostro de mi madre… y el mío a la vez, rompiendo el espacio tiempo por un momento que se hace eterno. Y vuelvo a hablar con ella, pero no puedo en realidad abrazarla junto a los geranios de la cocina porque yo ya soy ella, igual que cuando siendo un niño la escuchaba cantar con el tono más dulce y andaluz que jamás he oído en toda mi vida, porque yo también fui aquella sonrisa de esperanza y aquella mirada de amor que aúna toda una vida en un sólo instante.

Gracias Mamá
(28/11/1929 – 5/6/2009)

martes, 10 de abril de 2018

Raíces

Esta tarde he hablado una vez más con la propietaria de la residencia, donde mi padre vivió sus últimos días. Me ha contado su versión de aquellos momentos en que motu proprio, inducido, o simplemente porque el destino y la naturaleza obedecen leyes que aún estamos lejos de comprender, se pasó al otro lado.
Ahora están los dos juntos, papá y mamá, en un lugar quizá muy distinto al de la foto que tengo frente a mis ojos mientras escribo estas líneas. Quizá sea mi madre la que me está empujando a escribir, mientras escucho en el ordenador esa melodía de saxo y melancolía, que hace apenas treinta años escuchaba en el escritorio de mi hermano, mientras vivía con la certeza de que mis padres jamás me faltarían.



Pero hoy ya no están, en una realidad tan tangible como aquella en la que podía abrazarlos hasta cansarme. La misma casa, el mismo espacio, millones de instantes que aún flotan en el ambiente… pero aquí ya no queda nadie a quien abrazar. Quedan fotos y escritos que de pronto uno encuentra aquí y allá, pero nadie a quien besar ni a quien decir lo mucho que le quieres mientras observas su sonrisa de amor correspondido.
La foto que ahora me asiste para asomarme a este tragaluz nocturno fue tomada hace poco más de catorce años. Mis padres posan en una cuesta de algún rincón del norte, junto a la nieve acumulada en su cuneta, bajo la regia mirada de los abetos locales. Mi padre sonríe, pero mi madre pone ese gesto tan suyo de no estar del todo convencida de salir en condiciones. Gesto que adquiere todo el sentido cuando le doy la vuelta a la foto por si acaso me diera alguna información, y leo las siguientes líneas del puño y letra de la mía Mamma:

RONCESVALLES   12 DE LA MAÑANA
14 MARZO  DOMINGO 2004
DÍA de SOL y NIEVE  ¡QUÉ MARAVILLA!
Pero nos pasaba la terrible masacre de los trenes en MADRID

Vuelvo a acercarme entonces a mirar la foto para ver mejor el detalle de sus caras, pero me tengo que quitar las gafas. Lo que me hace pensar que tampoco tenía presbicia en aquel momento. Seguramente tenía otras cosas que me atormentaban de igual forma, empezando por la incredulidad frente a la masacre de los atentados de aquel año en los trenes de cercanías de Madrid. Quisiera seguir hablando de mis padres, a los que nunca volveré a ver, al menos en este plano de la existencia. Pero el dolor y el célebre tema de Satie que suena en estos momentos me llevan directamente a alguna de esas familias que se rompieron también para siempre esa mañana laborable. O a alguna de esas otras familias que se rompen cada semana en oriente medio, víctima de este mundo tan estúpido como desigual.
¿Qué es mi dolor en comparación con el dolor de ese chico que se acaba de quedar huérfano antes de tiempo en la franja de Gaza, o de aquella chica de las afueras de Alepo?
Al igual que Amelie Poulain en Montmartre, imagino cuanta gente estará escuchando la misma música emotiva que yo en estos momentos, pero tampoco puedo dejar de imaginar cuanta gente estará recordando a sus seres desaparecidos, a los que nunca volverán a abrazar. Y esto me hace pensar y conectar por un instante con el resto de la humanidad, en este preciso momento otros 7.601.846.461 como yo, que nacieron sin excepción todos de un padre y de una madre. Todos habrán pasado en uno u otro momento por las mismas curiosas etapas de la vida de un animal humano, en esta vida o en otra.
Y es entonces cuando me vuelvo a preguntar el significado de todo esto. Si lo que nos ha hecho llegar hasta aquí ha sido precisamente el amor, ese que nos enseñaron es quizá el origen de la vida, o más bien la violencia y el odio, esos que también nos enseñaron son necesarios para protegerte del la hostilidad del entorno.


Buscad la belleza. Es la única protesta que merece la pena en este asqueroso mundo. Nos decía el aquel locutor mentor de la misma música que esta noche marca el ritmo de mis recuerdos, mientras sonaba aquella sintonía de cierre de la mano de Phil Cunningham. Lo contrario del amor no es el odio, es el miedo. Rezaba una escena de película española de cuyo nombre no logro acordarme.
Y no sé porqué, algún día llegué a pensar que tras el impensable dolor por la muerte de mis padres, no me cabría otra opción que madurar de golpe, como lo hacen las crisálidas al transformarse en mariposas…


domingo, 24 de diciembre de 2017

Stille Nacht I








Stille Nacht! Heilige Nacht!
Alles schläft. Einsam wacht
Nur das traute heilige Paar.
Holder Knab’ im lockigten Haar,
Schlafe in himmlischer Ruh!
Schlafe in himmlischer Ruh!

Stille Nacht! Heilige Nacht!
Gottes Sohn! O! wie lacht
Lieb’ aus deinem göttlichen Mund,
Da uns schlägt die rettende Stund’.
Jesus! in deiner Geburt!
Jesus! in deiner Geburt!

Stille Nacht! Heilige Nacht!
Die der Welt Heil gebracht,
Aus des Himmels goldenen Höh’n

Uns der Gnade Fülle läßt seh’n
Jesum in Menschengestalt!
Jesum in Menschengestalt!

Stille Nacht! Heilige Nacht!Wo sich heut alle Macht
Väterlicher Liebe ergoß
Und als Bruder huldvoll umschloß
Jesus die Völker der Welt!
Jesus die Völker der Welt!

Stille Nacht! Heilige Nacht!Lange schon uns bedacht,
Als der Herr vom Grimme befreyt,
In der Väter urgrauer Zeit
Aller Welt Schonung verhieß!
Aller Welt Schonung verhieß!

Stille Nacht! Heilige Nacht!
Hirten erst kundgemacht
Durch der Engel „Halleluja!“
Tönt es laut bey Ferne und Nah:
„Jesus der Retter ist da!“
„Jesus der Retter ist da!

viernes, 8 de diciembre de 2017

Adentro

Lo repite Sergi Torres velada tras velada. Sólo existe el instante presente. Y sin embargo en nuestra mente, invadida en estéreo por ruido externo y ruido interno, existen ideas y juicios que nada tienen que ver con esta habitación en la que me encuentro, pánicos y anhelos que tampoco tienen nada en común con estas cuatro paredes... en resumen, eventos pasados y supuestos futuros que nunca tienen lugar en el ahora, salvo como un holograma fruto de nuestra imaginación.

Por explicarlo desde el plano emocional, a veces ocurre que durante el visionado de un vídeo que te toca la fibra sensible, o durante una conversación que te remueve los cimientos, por poner un par de ejemplos cotidianos, experimentamos una suerte de sensaciones increíblemente similares a las que sentiríamos físicamente de estar viviendo en la realidad aquello de lo que se habla en tal conversación o tal vídeo.
Sería algo así como las neuronas espejo que exponía Punset en uno de aquellos interesantes espacios televisivos con los que muchos comenzamos a despertar.


"Las neuronas espejo se activan en monos y humanos cuando vemos a otro sufrir o a una pareja emocionarse con un beso que también nos emociona"


Algunos lo llaman mundo interior, cuando en realidad se trata de ruido interior. La mente humana no es sino una radio cuyo dial enloquece de vez en cuando, haciéndonos pasar por esquizofrenias transitorias que nada tienen que ver con la situación en la que de verdad nos encontramos.


Así, a menudo sucede que regresamos de esa ensoñación temporal hasta retomar por completo aquello que estábamos haciendo, y lejos de hacerlo desde el punto donde lo dejamos, desde ese nuevo momento nuestra realidad personal es otra, coloreada sin remedio con los tintes que los recientes pensamientos acaban de imprimir en nuestra forma de percibir el mundo.


Es decir, una tarde estás viendo el telediario, y pasan a dar la noticia de un descarrilamiento desde algún lugar de los Alpes. En algún momento imposible de definir, dejas de oír la retransmisión del corresponsal de turno, abandonas el sillón, el salón, tu casa, tu barrio, tu ciudad, tu país...  y sin saber cómo, te encuentras disfrutando de una cerveza de trigo en una mesa de madera, junto a una cabaña al pie de las montañas. Sólo se escucha el fujo de un arroyo cercano y el cencerro de un par de vacas que pastan a escasos metros en el prado que hay justo enfrente. Corre una ligera brisa con olor a hierba recién cortada... y regresas a tu casa, de golpe, pero con la saca llena de emociones de nostalgia, tristeza, anhelo, soledad...


Por tanto la idea intuyo tiene que ver más con reparar engranajes interiores que con tratar de cambiar o quejarse de circunstancias exteriores. Afuera nada existe, sólo adentro.





domingo, 19 de noviembre de 2017

SIMS

Anna llega a casa tras un día duro, suelta el bolso, se quita los zapatos y el abrigo, y pone a calentar agua para entonarse con su infusión preferida. Han sido muchas las sensaciones a lo largo del día, no todas estimulantes la verdad, así que sin más preámbulo se sienta con su taza humeante frente al ordenador y comienza a jugar a los SIMS.
En el juego, que no tocaba por falta de tiempo desde la semana pasada, el personaje femenino llamado Anna llega a casa tras una dura jornada, deja el bolso en la entrada, se quita los zapatos y cuelga el abrigo en el perchero. El indicador de moral y el de sed están en un punto crítico, así que Anna mueve a su personaje hasta la cocina para preparar un té, y acto seguido lo dirige hacia la mesa con ordenador y clica en la silla para que se siente a jugar a su juego favorito.

Así sucede en la vida de las personas. Cada uno de nosotros juega un papel al que hemos puesto innumerables nombres, tales como vida, personalidad, destino, realidad… pero como bien es sabido jugamos ese rol identificándonos con el personaje que nos ha tocado vivir. En el caso de Anna, tanto su personaje dentro del juego como ella misma, creen haber regresado de un día duro fuera de casa, y ambas creen tener sed y necesitar relajarse un rato jugando en la computadora.
Lo que no sabe Anna es que es un personaje creado. Tampoco sabe que su sed y su ansiedad no son realmente suyas. Ella simplemente hace lo que cree, en función de los dictados de su pensamiento y del resto de su organismo. Pero es Anna la que dirige los pasos de su pequeña Anna, en función de las necesidades que le va dictando el juego.
Esto hacemos todos, hasta el día en que alguien comienza a sospechar de la veracidad de su  propia identidad. Ese día será el primero de una larga lista de días y noches que irán coloreando sus sospechas hasta convertirlas en certeza.
Es la certeza de que tú no eres tú, sino un personaje cuyo origen se remonta a algún momento antes de tu nacimiento, cuando las mentes de tus padres y familiares comenzaron a imaginar para ti un nombre, un aspecto y a veces toda una vida.
Pero imaginemos que Anna, antes de introducir la llave en la cerradura para entrar en casa ya es consciente de que ella no es realmente ella. Y sabe de buena tinta que ella no es realmente de ese país donde nació, ni si quiera se llama Anna. Si ella no se identifica con ese cuerpo en el que pudo incorporarse a este mundo, seguramente su forma de actuar y de tomar decisiones dentro y fuera de casa será una totalmente distinta a la que estamos acostumbrados a percibir.

La vida pues sería como una partida de SIMS, una especie de simulacro. Anna no es sólo el muñeco que duerme, trabaja, come, disfruta, se relaciona, sufre, se relaja, etc… sino que también es todo lo que le rodea, es alguien que desde fuera de la plataforma tiene conciencia de las circunstancias que afectan a todo su entorno y al resto de seres que con ella conviven, si bien únicamente puede manejar de forma física a ese muñeco cuyo nombre representa. La Anna real es consciente de que su ámbito de acción no sólo se reduce a los límites físicos de cuerpo y mente de aquel personaje que le ha tocado representar.
Así pues, cuando Anna se enfada con un familiar, un amigo, un compañero de trabajo, siempre recuerda que esa sensación de frustración en realidad no le está sucediendo a ella, sino a través de ella. Al igual que toda su existencia.
Se trata simplemente de poder ver la vida desde los ojos del maestro que observa mientras te entusiasmas o te entristeces, y que también eres tú, con el sano objeto de tomar decisiones sin el ruido de las emociones que viven en tu mente bajo la dictadura del ego. Se trata al fin y al cabo de vivir con la serenidad que produce saber que todo está donde tiene que estar. Que esto que llamamos vivir es un ejercicio de malabarismo, un equilibrio inestable, una máquina térmica a la que hay que alimentar constantemente de un combustible hecho con sueños, cenas románticas y paisajes para la memoria… pero cuya tarea hay que realizar desde el maestro observador que podemos ser, nunca desde el ego que tan a menudo somos.