Me despierta Pumkins con su maullido matutino y un nuevo intento desesperado para entrar al otro lado del espejo. Giro entonces la cabeza y ahí está ella, astro dorado envuelto entre pliegues turquesa. Al fondo, un cielo plomizo y severo, aún invernal. Pensamientos de alba dominical galopan ya por mi mente, cual cimarrones en un vasto sinsentido. El alpenföhn induce a volar a la entusiasta gaviota que trajimos de aquel bazar junto al adriático. Y tras los pardos tejados, piceas y abetos taciturnos, injustamente obviados más allá del adviento, hacen lo propio con sus copas.
Pero vuelvo a posar mis pupilas en la bella durmiente. Desde esta orilla del lecho se representa lo que ahora escribo... y un acompasado tañer capta mi atención dormida. Son las ramas de un pequeño tannenbaum, que se agitan suevemente sobre sus ojos, justo al otro lado de su regio perfil. Y mientras ella sigue soñando, ese tenue abrir y cerrar de pestañas inunda la estancia de poesía.
Entonces me pregunto durante un instante eterno... ¿Son pues las trémulas ramas o sus oníricas pestañas... las que observadas desde aquí danzan alegres a ras de sus mejillas, al son del viento alpino?
Pero vuelvo a posar mis pupilas en la bella durmiente. Desde esta orilla del lecho se representa lo que ahora escribo... y un acompasado tañer capta mi atención dormida. Son las ramas de un pequeño tannenbaum, que se agitan suevemente sobre sus ojos, justo al otro lado de su regio perfil. Y mientras ella sigue soñando, ese tenue abrir y cerrar de pestañas inunda la estancia de poesía.
Entonces me pregunto durante un instante eterno... ¿Son pues las trémulas ramas o sus oníricas pestañas... las que observadas desde aquí danzan alegres a ras de sus mejillas, al son del viento alpino?
Han pasado varias eras y aún persigo una respuesta. Si algún día cruzáis estas montañas, preguntadle una vez más al viento...
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